Los caminos de Puebla son infinitos. A partir de una arteria asfáltica central, los vasos tributarios ofrecen un sinfín de posibilidades. Ascenso, descenso, agua, piedra. Roble y más roble. Por si fuera poco, con el paso de las estaciones, uno a veces se pregunta si en ese mismo sitio de siempre, ha estado verdaderamente allí. Puede parecer exagerado, sí, pero se acerca bastante a la realidad, al menos a mi realidad. Y dependiendo del lugar, por ejemplo, el sonido y los zumbidos de los insectos en primavera y verano dan lugar a un casi total silencio, tal vez acompañado por crujidos invernales de ramas y troncos, y el aire antes amortiguado por las hojas que acuchilla con suavidad nuestras mejillas.
En cualquier caso, y cualquier dia a cualquier hora, las largas y sinuosas avenidas de savia, madera y hojas nos dirigen a lugares mágicos, siempre cambiantes, muchos solitarios, que quedarán en el archivo de nuestras retinas. Y allí, imperturbables, nos seguirán vigilando estos habitantes longevos y estáticos, cerciorándose de que todo sigue igual, de que todo va bien.